.: :.
 
La gran mentira
José Antonio Dominguez Mateos

Como dijo Herrera en su pregón, hay veces en los que uno se cuestiona si es oportuno seguir manejando inútilmente la templanza, o dejarla para momentos más propicios. Algo así me cuestiono ahora, cuando tantas cosas se han dicho y tantas mentiras se han vertido. Cuando las lenguas sobre los oídos y los dedos sobre las teclas han intentado hacer tanto daño como han podido. Y bueno. Llega un momento en el que, en efecto, optas por la segunda opción, y decides entrar en esa danza de declaraciones e historias. A bailar un rato. Y la templanza, te dices, que la conserve el Santo Job, que le va en el sueldo.

Porque que a estas alturas unos cuantos pretendan herir a la Iglesia con un más o menos hábil manejo de la demagogia —que menos mal que, después de todo, son algo torpes para eso—, está a la orden del día y no es ninguna novedad. Si no es por una cosa es por otra, siempre hay quien está dispuesto a cargar contra la Santa Madre; y así llevamos veinte siglos de calendario, que ahí es nada. Pero lo que ya roza el absurdo más intolerable es que ese daño venga de algunos que, además, pretenden vender su piel de corderitos cofrades indefensos para arañar de la opinión pública, agitada por sutiles resortes —unas mentiras en este foro, otras en alguna tienda de barrio atestada de vecinas ávidas de vivir algún caso de escándalo social como los que salen en El Tomate o España In Live o como se llamen esas mierdas—, un respaldo que termine por promocionar y llevar a buen puerto sus aspiraciones institucionales; guiso donde, además, gustan mojar tantos morbosos. Y reconozco que la jugada era apetitosa. Con esos cofrades del Soberano Poder a tiro, después de haber tragado lo intragable, hechos hermandad al poco de trasladarse a la Granja, los pobres, tan queridos por todos, tan respaldados. Tan suculenta se antojaba la historia que hubo quien quiso repetirla. Pero claro. Esa es la lectura zafia, cochambrosa, cutre, sesgada, pobre y miserable que sólo los ignorantes, en el delirio de su propia estulticia, logran alcanzar. La otra, la completa, la única, es muy distinta. Porque mi Hermandad del Soberano Poder, a ver si nos enteramos de una vez, se hizo Hermandad por sus propios méritos: por tener una labor social inconmensurable y reconocida en su anterior sede, y por demostrar, en pocos meses, como se vuelve a echar a andar un proyecto de esos en su sede definitiva —lean: de-fi-ni-tiva— de La Granja, por haber sido capaces de llevar un programa de formación serio, por haber sabido promover no sólo un espectacular crecimiento patrimonial, sino un mucho más valioso patrimonio espiritual de sus hermanos —sus retiros, indispensables para poder realizar la estación de penitencia como nazareno, independientemente de la edad; Taizé, como punto indispensable de ese crecimiento—, su capacidad para la conciliación, sus dotes para capear conflictos dentro y fuera de sus cabildos, su pragmatismo irreprochable. Y no sigo porque me como la página y no es plan. Así que, con semejante currículo, convendrán conmigo en que lo de menos ha sido tener un guión, unas varas, o una Imagen Titular de María. Pues no oigan. No todos convienen lo mismo.

Resulta que ahora el novaplús de lo verdaderamente cofradiero es atajar todo esto buscando un enfrentamiento directo, aunque no exista tal, con el sacerdote de turno y hacernos las víctimas. Resulta que ahora lo correcto, lo cofradieramente exquisito es lanzar minimanifestaciones de veinte personas —familia directa, por cierto, de la junta de gobierno— que amenacen al cura y a los que cometieron el acto reprobable de respaldarlo in situ, por si la cosa iba a mayores, o destrozar literalmente una capilla que pertenecía a la Iglesia y de la que no han dejado ni las bombillas en un gesto elegante como pocos. Y todo, claro, faltaría más, por Dios, sin que nadie haya emitido un comunicado desmarcándose de todo eso, desautorizando cualquier medida que marche en contra de la Iglesia y sus ministros. Olvidando que para ser cofradías —mejor dicho, cofrades—, hay que crecer primero como personas. Crecer en valores antes que en patrimonio, y en decencia y vergüenza antes que en aspiraciones. Que después, cuando quien corresponda diga hasta aquí hemos llegado y mande todo esto a tomar viento, habrá quien tenga la desvergüenza de poner cara de sorpresa e indignación y pretenda vendernos de nuevo la historia falsa y manida que nos pretenden colar algunos. Pero, háganme el favor, desconfíen de quienes busquen cobardemente fuera de casa la causa de los problemas que no nacen sino de la incapacidad propia, de quien siga viendo en los Sacerdotes los enemigos de las cofradías. Ése el tipo de cosas que ennegrecen a las cofradías por dentro y por fuera.

Me conocen porque firmo mis artículos con nombre y apellidos y una dirección de correos desde hace mucho tiempo. Saben quién soy y cómo soy, y en virtud de eso me tomo la libertad de avalar a mi párroco, mi parroquia y mi Iglesia. Porque yo estuve allí. Yo sé quién tiene la culpa.


Volver

Esta web no se responsabiliza de las opiniones vertidas por sus colaboradores